Un atentado contra el periodismo
El pasado miércoles primero de mayo, a las 7 de la noche, en la carretera entre Ibagué y Bogotá, tuvo lugar el primer atentado que sufre un periodista de la revista SEMANA en su historia. Ricardo Calderón salió ileso, pero lo ocurrido envía un ominoso mensaje sobre las graves amenazas que pesan sobre la libertad de expresión y el ejercicio del oficio periodístico en Colombia.
Lo único que diferencia este atentado de la aplastante mayoría de los actos de ese tipo, de los que han sido víctimas miles de periodistas, defensores de derechos humanos, líderes, activistas políticos y sindicales, indígenas y muchos otros fue su desenlace: milagrosamente, Ricardo Calderón no sufrió ni un rasguño.
Había pasado todo el día en Ibagué recabando información para un reportaje que le diera seguimiento a las denuncias de esta revista sobre los inaceptables privilegios que disfrutan algunos militares, detenidos por delitos de lesa humanidad en la base de Tolemaida. A las 7 de la noche, cuando Calderón regresaba a Bogotá, se detuvo por un instante en la carretera. Entonces oyó que le gritaron “¡Ricardo!”, y, en milésimas de segundos le dispararon en repetidas ocasiones. Las balas no lo alcanzaron, y el periodista condujo unos cuantos kilómetros hasta encontrar apoyo de la Policía.
La camioneta en la que viajaba recibió cinco impactos de bala. el vidrio de la puerta del conductor quedó destruido y en la carrocería y en el baúl quedaron los otros orificios causados por los sicarios. El presidente de la república le encargó directamente al director de la Policía, general José León Riaño, y a una comisión especial de la Dijin revisar el lugar del atentado y las cámaras de video de los peajes, en busca de pistas que puedan conducir a los autores materiales.
Ricardo Calderón es un veterano reportero que ha participado en varias investigaciones de resonancia nacional, como las chuzadas del DAS, los llamados ‘falsos positivos’ y el escándalo de la parapolítica. Aunque la Justicia tiene la última palabra sobre los responsables de este atentado, es una preocupante coincidencia que haya ocurrido en momentos que SEMANA investigaba las irregularidades en el penal militar de Tolemaida.
Este lamentable episodio va mucho más allá de una acción contra un periodista de SEMANA. Así lo han entendido organizaciones como Human Rights Watch, Reporteros sin Fronteras y la Fundación para la Libertad de Prensa, que rechazaron el hecho por tener un grave impacto en el clima de libertad de expresión del país.
A pesar de que los crímenes contra periodistas se han reducido en los últimos años, las amenazas, la intimidación y las presiones indebidas tienen lugar con demasiada frecuencia en Colombia, muchas veces con resultados mortales. La aplastante mayoría de las cerca de 120 víctimas fatales que ha sufrido el periodismo colombiano en los últimos 30 años han sido reporteros de medios regionales, desprotegidos ante las agresiones de guerrillas, paramilitares, bandas criminales, narcotraficantes y políticos corruptos, que reaccionan con sevicia y plomo ante las denuncias que los ponen en evidencia. Casi todos estos crímenes están en la completa impunidad, como lo están los de otros sectores sociales. Esa impunidad ha sido un incentivo para seguir amenazando o atentando contra periodistas, aunque hace muchos años no lo hacían contra alguien de un medio nacional.
En todos estos actos, ya sean amenazas, atentados u homicidios selectivos, el denominador común es el mismo: impedir que un periodista denuncie una situación o ponga en evidencia un personaje o un grupo. Los ataques contra la prensa tienen un solo objetivo: acallar una voz y apagar una luz que quiere iluminar algún rincón que alguien quiere mantener en la oscuridad. Lo que le pasó a Ricardo Calderón les ha sucedido a cientos de colegas. Él tiene la suerte de haber salido con vida; la mayoría, no.
Uno de los pilares más importantes del periodismo es la investigación. Ese es el periodismo que corre por las venas de SEMANA y esa es la pasión de Ricardo Calderón. Es sin duda el lado más ingrato, más incómodo y más riesgoso del oficio, pero es, al mismo tiempo, el alma del contrapoder que debe ejercer la prensa en una democracia. Por esta razón, este no es solo un atentado contra un periodista, contra un medio o contra la libertad de expresión. Es un atentado contra el derecho a la sociedad a estar bien informada, no solo de lo que ocurre en el día a día, sino de los abusos del poder, de las barbaridades de los violentos, o de los atropellos a los más indefensos.
También es una cobarde sentencia: “Si cuenta, lo mato”. Y este es un mensaje que se ha repetido en demasiadas ocasiones en Colombia contra periodistas, sindicalistas y miembros de organizaciones políticas y sociales. Un mensaje que se seguirá repitiendo, una y otra vez, mientras sus autores materiales e intelectuales sepan que no se verán ante la Justicia. Es una elocuente ironía que haya ocurrido dos días antes del Día Mundial de la Libertad de Prensa.
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